La edad cronológica, como se sabe, no define nada. Pero la realidad es que no es normal encontrar personas de la edad de Miguel Kearney estudiando.
Tiene 92 años (acaba de cumplirlos) y se anotó para estudiar tapicería, en el Centro de Formación Profesional.
“Mientras el cuerpo y la mente me lo permitan,
pienso seguir viniendo. Acá son todos muy buenos, me tratan muy bien, y nunca es tarde para aprender”, afirma feliz el alumno-abuelo, que es ejemplo de superación y perseverancia.
Miguel se crió en el campo. Trabajó como tambero y haciendo tareas generales.
Luego se mudó a la ciudad y entró a trabajar al Banco Provincia, donde se jubiló hace más de 30 años.
Pero por más que su documento diga lo que diga, Miguel mantiene el mismo espíritu que cuando tenía 20 ó 30 años.
Emma Palazesi, directora del Centro de Formación Profesional, afirma: “es un ejemplo de sabiduría y compromiso”.
“Es un orgullo que Miguel esté estudiando acá con nosotros”, agrega.
Aparte tiene otras virtudes: no falta nunca, es el primero en llegar y el último en irse, y siempre concurre de buen humor, predispuesto y con ganas de seguir aprendiendo.
“Para estudiar no hay edad”
Desde luego, por todo lo que significa estudiar a los 92 años, Miguel acapara la atención del resto del alumnado, docentes y demás personal del centro.
Todos admiran su tenacidad y lo quieren mucho. Por eso cuando se enteraron que cumplía sus juveniles 92 años, lo recibieron con una mini-fiesta sorpresa.
“Vine como todos los días y resulta que me estaban esperando con una torta. Me hicieron emocionar mucho”, confiesa Miguel.
“¿Qué es lo que más le gusta de venir a estudiar?”, le pregunta LA PALABRA.
“Todo”, responde ligero y con alegría. “Para estudiar no hay edad. Siempre es lindo tener la cabeza ocupada y aprender cosas nuevas”, amplía Miguel, mientras sigue desarmando parte del tapizado de una antigua silla sacra de la Capilla de Zapiola, que comenzó a restaurar con el resto del curso.
Ir a clases con papá y el abuelo
Hay otro hecho más que hace que la historia de Miguel resulte por demás particular y digna de ser contada.
Miguel no concurre solo al curso de tapicería. Lo hace acompañado por su hija Lidia (56) y su nieta Julieta (25).
“En realidad nosotros nos inscribimos primero, porque nos encanta hacer cosas en la casa. Cuando estábamos por comenzar, se nos ocurrió invitarlo a papá y la respuesta fue inmediata. Enseguida nos dijo que sí, que él también iba a venir”, comenta Lidia.
“Para mí es un orgullo verlo tan activo y tan feliz, me siento la hija más afortunada del mundo por poder compartir este momento con él”, agrega.
“Muchas veces, como es normal, todos tenemos problemas, pero lo veo a papá tan juvenil con sus 92 años, tan deseoso de seguir haciendo cosas, que es imposible no contagiarse”, afirma.
“El abuelo es lo más. Es un orgullo. Me encanta venir a estudiar con él, lo disfruto muchísimo”, comenta Julieta, la simpática nieta de Miguel.
“Estamos muy felices de tenerlo en el curso”
Marita Tisera es la instructora de tapicería y cuando le dijeron que iba a tener un alumno de 92 años al principio no lo podía creer.
“Lidia me preguntó si había límite de edad. Le dije que no y me dijo que entonces iba a venir con su papá. Fue una alegría enorme cuando me lo comunicó”, señala.
“Aparte todo el tiempo está transmitiendo buena onda, energía y ganas. Estamos muy felices de tenerlo en el curso”, insiste.